El Soldadito de Plomo es uno de los cuentos más conmovedores de Hans Christian Andersen, publicado en 1838. Esta historia narra el amor silencioso de un soldado de juguete por una bailarina de papel, y las extraordinarias aventuras que vive en su intento por volver junto a ella. Con su final agridulce y su profunda reflexión sobre el amor, la valentía y el destino, este cuento ha emocionado a lectores de todas las edades durante casi dos siglos.
Cuento de El Soldadito de Plomo
Había una vez veinticinco soldaditos de plomo, todos hermanos, pues los habían fundido de una misma cuchara vieja de plomo. Llevaban el fusil al hombro, la mirada al frente, y su uniforme era rojo y azul, muy elegante.
Lo primero que oyeron en este mundo, cuando levantaron la tapa de la caja donde venían, fue un grito de alegría:
—¡Soldaditos de plomo! —exclamó un niño pequeño, dando palmas de contento.
Era su cumpleaños y le habían regalado los soldaditos. Los fue sacando uno a uno y los puso en fila sobre la mesa. Todos eran exactamente iguales, excepto uno: el último en ser fundido, cuando ya no quedaba suficiente plomo, tenía una sola pierna. Pero se mantenía tan firme sobre su única pierna como los otros sobre sus dos, y es él precisamente quien protagoniza esta historia extraordinaria.
En la mesa donde los soldaditos fueron colocados había otros muchos juguetes, pero el que más llamaba la atención era un precioso castillo de cartón. Por sus ventanitas se podían ver los salones interiores. Frente a él había arbolitos rodeando un espejito que hacía de lago, donde nadaban y se reflejaban unos cisnes de cera. Todo era encantador, pero lo más encantador de todo era una pequeña bailarina que estaba de pie en la puerta abierta del castillo.
Era también de cartón, pero llevaba un vestido de muselina muy ligera y una estrecha cinta azul sobre los hombros, a modo de banda, con una lentejuela en el centro, grande como su cara. La bailarina tenía los dos brazos extendidos y una pierna levantada tan alto que el soldadito de plomo no podía verla y pensó que ella también tenía una sola pierna, igual que él.
“Esa sería la esposa perfecta para mí”, pensó. “Pero es muy elegante; vive en un castillo, mientras yo solo tengo una caja que comparto con veinticuatro camaradas. No es lugar para ella. Sin embargo, tengo que conocerla.”
Y se dejó caer detrás de una caja de rapé que había sobre la mesa. Desde allí podía contemplar a la delicada bailarina, que seguía de pie sobre una pierna sin perder el equilibrio.
Por la noche, a los demás soldaditos los guardaron en su caja y la gente de la casa se fue a dormir. Entonces los juguetes empezaron a jugar: a hacer visitas, a celebrar batallas y a dar bailes. Los soldaditos de plomo hacían ruido en su caja porque querían participar, pero no podían levantar la tapa. El cascanueces daba saltos mortales, y el lápiz hacía garabatos en la pizarra. Armaron tanto jaleo que el canario se despertó y se puso a cantar.
Los únicos que no se movieron fueron el soldadito de plomo y la bailarina. Ella seguía en punta de pie, con los brazos extendidos; él estaba igual de firme sobre su única pierna, sin apartar los ojos de ella ni un momento.
El reloj dio las doce y… ¡crac! La tapa de la caja de rapé saltó y de ella surgió un duendecillo negro. Era un juguete de sorpresa.
—¡Soldadito de plomo! —gritó el duende—. ¡No mires lo que no es para ti!
Pero el soldadito hizo como si no lo oyera.
—Está bien —dijo el duende—. ¡Mañana lo verás!
A la mañana siguiente, cuando los niños se levantaron, pusieron al soldadito en la ventana. Y de pronto, ya fuera por culpa del duende o de una corriente de aire, la ventana se abrió de golpe y el soldadito cayó de cabeza desde el tercer piso. Fue una caída terrible. Quedó clavado entre los adoquines, con la pierna hacia arriba y la cabeza abajo, el fusil clavado entre las piedras.
La criada y el niño bajaron enseguida a buscarlo, pero aunque casi lo pisaron, no lo vieron. Si el soldadito hubiera gritado “¡Aquí estoy!”, lo habrían encontrado, pero no le parecía correcto gritar llevando el uniforme puesto.
Empezó a llover; las gotas caían cada vez más espesas hasta convertirse en un verdadero aguacero. Cuando terminó, pasaron por allí dos chiquillos de la calle.
—¡Mira! —dijo uno—. ¡Un soldadito de plomo! Vamos a hacerlo navegar.
Hicieron un barquito de papel, pusieron dentro al soldadito y lo echaron a navegar por el arroyo de la cuneta. Los dos chiquillos corrían al lado dando palmadas. ¡Válgame Dios, qué olas había en aquel arroyo y qué corriente! No era de extrañar, con la cantidad de agua que había caído. El barquito de papel subía y bajaba, y a veces giraba con tal rapidez que el soldadito se estremecía, pero seguía firme, sin cambiar de expresión, mirando al frente con el fusil al hombro.
De repente, el barco entró en una alcantarilla. Todo estaba tan oscuro como dentro de su caja.
“¿Adónde iré a parar?”, pensaba. “Seguro que esto es cosa del duende. ¡Ah, si la bailarina estuviera aquí conmigo en el barco, no me importaría que estuviera dos veces más oscuro!”
En esto apareció una gran rata de agua que vivía en la alcantarilla.
—¿Tienes pasaporte? —preguntó—. ¡A ver, el pasaporte!
Pero el soldadito de plomo no dijo nada y apretó el fusil con más fuerza. El barco siguió adelante y la rata detrás. ¡Uf, cómo rechinaba los dientes y gritaba a las pajas y las astillas!
—¡Deténganlo! ¡No ha pagado el peaje! ¡No ha enseñado el pasaporte!
Pero la corriente era cada vez más fuerte. El soldadito ya podía ver la luz del día al final del túnel, pero también oyó un estruendo capaz de asustar al más valiente. ¡La alcantarilla desembocaba en un gran canal! Para él era tan peligroso como para nosotros lo sería caer por una enorme catarata.
Estaba ya tan cerca que no podía detenerse. El barco salió disparado. El pobre soldadito se mantuvo todo lo firme que pudo; nadie diría que había pestañeado. El barquito dio tres o cuatro vueltas sobre sí mismo, se llenó de agua hasta el borde y empezó a hundirse.
El soldadito tenía el agua hasta el cuello. El barco se hundía más y más, el papel se deshacía. El agua le cubrió la cabeza y entonces pensó en la linda bailarina, a la que nunca volvería a ver, y sonaron en sus oídos las palabras de una canción:
“¡Adelante, soldado valiente! La muerte te espera de frente.”
El papel terminó de romperse y el soldadito se hundió… pero en ese momento se lo tragó un pez grande.
¡Qué oscuro estaba allí dentro! Peor que en la alcantarilla, y además muy estrecho. Pero el soldadito de plomo siguió firme, tumbado, con el fusil al hombro.
El pez nadaba de un lado a otro, haciendo los movimientos más extraños, hasta que de pronto se quedó quieto. Algo como un relámpago lo atravesó, luego brilló la luz del día y una voz gritó:
—¡El soldadito de plomo!
El pez había sido pescado, llevado al mercado, vendido y traído a la cocina, donde la cocinera lo había abierto con un gran cuchillo. Tomó al soldadito por la cintura y lo llevó a la sala, donde todos querían ver al hombre notable que había viajado en el estómago de un pez. Pero el soldadito no estaba orgulloso.
Lo pusieron sobre la mesa y… ¡qué cosas tan extrañas suceden en este mundo! El soldadito estaba en la misma habitación de donde había caído. Vio a los mismos niños, los mismos juguetes sobre la mesa, el hermoso castillo con la linda bailarina, que seguía sobre una pierna, con la otra levantada muy alto. También ella era firme. El soldadito se emocionó tanto que estuvo a punto de llorar lágrimas de plomo, pero no lo hizo porque no era apropiado para un soldado. La miró y ella lo miró, pero no se dijeron nada.
De pronto, sin ninguna razón, uno de los niños pequeños agarró al soldadito y lo arrojó a la chimenea. Seguramente fue cosa del duende de la caja. El soldadito quedó de pie, iluminado por las llamas, y sintió un calor terrible, aunque no sabía si era por el fuego o por el amor.
Los colores de su uniforme habían desaparecido, pero nadie podría decir si fue por el viaje o por la pena. Miró a la bailarina, ella lo miró a él. Él sentía que se derretía, pero siguió firme, con el fusil al hombro.
Entonces se abrió una puerta, el viento atrapó a la bailarina y, como una sílfide, voló directamente a la chimenea, junto al soldadito de plomo. Ardió en una llamarada y desapareció.
El soldadito se derritió hasta quedar convertido en un pequeño bulto. Cuando la criada sacó las cenizas al día siguiente, encontró un corazoncito de plomo. De la bailarina solo quedaba la lentejuela, negra como el carbón.
— Fin —
Moraleja de El Soldadito de Plomo
Este conmovedor cuento de Andersen nos deja profundas reflexiones:
La firmeza ante la adversidad. A pesar de todas las desgracias que le suceden, el soldadito nunca pierde su compostura ni su valentía. Permanece “firme” como ideal de constancia y dignidad.
El amor silencioso y leal. El soldadito ama a la bailarina sin esperar nada a cambio, sin siquiera hablarle. Su amor es puro y desinteresado.
La aceptación de nuestras diferencias. El soldadito tiene una sola pierna pero no se considera inferior. Asume su condición con dignidad y demuestra que una limitación física no impide vivir con valor.
El destino y la fatalidad. Como muchos cuentos de Andersen, hay un elemento trágico que sugiere que no siempre podemos controlar nuestro destino, pero sí cómo enfrentarlo.
Versión Corta de El Soldadito de Plomo
Un niño recibe 25 soldaditos de plomo, pero uno solo tiene una pierna porque no alcanzó el plomo al fundirlo. El soldadito se enamora de una bailarina de papel que también parece tener una sola pierna (aunque es porque la tiene levantada). Un duende malvado lo maldice. A la mañana siguiente, cae por la ventana y unos niños lo ponen a navegar en un barco de papel por el arroyo. Entra en una alcantarilla, una rata lo persigue, sale a un canal y un pez se lo traga. El pez es pescado y llevado a la misma casa de donde cayó. Un niño lo arroja al fuego. Una ráfaga de viento lleva a la bailarina a la chimenea junto a él. Al día siguiente, entre las cenizas solo queda un corazoncito de plomo y una lentejuela negra.
Datos Curiosos del Cuento
- Publicación: Hans Christian Andersen publicó El Soldadito de Plomo (Den standhaftige Tinsoldat) en octubre de 1838.
- Autobiográfico: Muchos estudiosos ven elementos autobiográficos en el cuento. Andersen, que se sentía “diferente” y tuvo amores no correspondidos, podría haberse identificado con el soldadito.
- El título original: En danés significa “El firme soldado de estaño”. La palabra “standhaftig” (firme, constante) es clave para entender el carácter del protagonista.
- Final original: El final trágico era poco común en los cuentos infantiles de la época. Andersen fue criticado por esto, pero defendió su visión artística.
- Inspiración: Se dice que Andersen se inspiró en un soldadito de juguete que vio en una juguetería de Copenhague.
- Adaptaciones famosas: El cuento inspiró la película de Pixar “Toy Story” (1995) y ha sido adaptado en ballets, películas animadas y obras de teatro.
- Simbolismo del corazón: El corazón de plomo que sobrevive al fuego se interpreta como símbolo del amor eterno que trasciende incluso la muerte.
Preguntas Frecuentes
- ¿Quién escribió El Soldadito de Plomo? El cuento fue escrito por Hans Christian Andersen, el famoso autor danés de cuentos de hadas. Lo publicó en 1838.
- ¿Por qué el soldadito solo tiene una pierna? Porque fue el último en ser fundido y no había suficiente plomo para completarlo. Sin embargo, se mantenía tan firme sobre su única pierna como los otros sobre sus dos.
- ¿Cuál es la moraleja de El Soldadito de Plomo? El cuento enseña sobre la firmeza ante las dificultades, el amor silencioso y leal, y la dignidad frente a nuestras diferencias o limitaciones.
- ¿Es El Soldadito de Plomo un cuento triste? Sí, tiene un final agridulce. El soldadito y la bailarina mueren en el fuego, pero quedan unidos para siempre en forma de un corazón de plomo y una lentejuela. Es un cuento conmovedor que puede generar conversaciones profundas con los niños.
- ¿Es apropiado para niños pequeños? Es más apropiado para niños a partir de 5-6 años, ya que el final puede requerir explicación. Sin embargo, es un cuento hermoso que puede ayudar a hablar sobre temas como la pérdida, el amor y la valentía.
- ¿Quién es el duende del cuento? El duende (o trasgo) es un juguete de caja de sorpresa que parece tener celos del soldadito. Se sugiere que es él quien causa las desgracias del protagonista.
- ¿La bailarina también tenía una sola pierna? No, en realidad tenía dos piernas, pero mantenía una levantada tan alto que el soldadito no podía verla y pensó que también era como él.
Otros cuentos de Hans Christian Andersen:
- Pulgarcita
- La Princesa y el Guisante
- El Patito Feo
- La Sirenita
- El Ruiseñor
Cuentos de amor:
- El Príncipe Feliz (Oscar Wilde)
- La Bella y la Bestia
Cuentos sobre juguetes:
- El Cascanueces (Hoffmann)
- Pinocho (Collodi)